Muchas veces charlé con amigas sobre el tiempo,
la forma, la persona (adecuada o no) y miles de pormenores que se entremezclan
en nuestra experiencia del corazón.
¿Cuándo es el momento de enamorarse? O mejor
dicho ¿Existe un estado personal que nos acerque a este sentimiento?
Hablar del amor implica involucrar el alma,
exponerla a personas que puedan afectar nuestra existencia, y cuando este amor
tan deseado por nosotras no existe, o simplemente no es correspondido el enojo nos
transforma y confronta con nuestro lado más apenado.
Nos enoja porque el rechazo nos expulsa como el
estómago lo hace con la comida que nos cae mal.
Nos ofende y nos quita valor, debilitándonos
como la fiebre que nos voltea y hace sentir decaídas durante el tiempo de
mayor temperatura.
Nos disgusta al advertir competencia con otras
amantes que se postulan y puedan ganar el trofeo pasional.
El amor se convierte en odio cuando nos da
bronca el desapego, cuando solo sentimos desinterés y distancia en lugar de
atención y acercamiento.
Cuando estamos mucho tiempo solitarias, nos
armamos de una fortaleza que luego es más difícil de derribar, con prejuicios,
manías, exigencias que crecen con nuestros años y nos hacen más ¿exigentes? a
la hora de elegir un nuevo amante.
Nos podemos volver negativas y frenar de golpe
ante la mínima posibilidad de avance de un hombre que nos desee y demuestre al
menos algo de interés.
¿Actuamos a la defensiva ante un posible ataque
de amor?
¿La posibilidad de vivir apasionadas nos
embarga la razón? ¿Nos vuelve vulnerables o nos quita la seguridad personal?
El temor a sufrir nos puede bloquear hasta el
punto de encerrarnos en un ida y vuelta constante con nuestros errores y
debilidades más fuertes que nos alejan, cada vez más, del auténtico sentimiento
compartido.
Ojalá pudiésemos darnos cuenta de algunas de
estas cuestiones antes que nos pasen, o nos permitiéramos dudar pero avanzar, sin miedo a perder o salir lastimadas, porque al fin y al cabo la vida es en
parte un poco de todo eso: la cura de la enfermedad, la sonrisa después del
llanto y el arcoíris detrás de la tormenta.